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viernes, 28 de enero de 2022

Cuba, infierno y paraíso / Rosa Gómez Casañ





He vuelto recientemente de un viaje a Cuba de 17 días, suficientes para poder valorar cómo se vive en el país y poder visitar diversos lugares.
Desde cierto punto de vista Cuba es un paraíso con lugares hermosísimos, playas paradisiacas de arena blanca, fina y seca que no se pega a la piel y colores en el agua cristalina que van del azul turquesa al oscuro pasando por distintos tonos también de verde.
Es una isla sorprendentemente verde, producto de la intensa humedad ambiente y con lugares que no imaginarías en el trópico.
Hay ciudades como Trinidad con tanto encanto que te quedarías allí.
Y sus gentes son educadas, amables, serviciales y muy cercanas. Además los cubanos gustan de invitarte a comer en sus casas, donde te ofrecen lo mejor que tienen de forma generosa, pero quizá sólo tengan arroz blanco o moro (arroz con frijoles), tomate crudo, plátano crudo y tres huevos fritos para cinco personas. Tal vez con suerte haya tostones (plátano con masa frito). Sus paisajes y sus gentes son el paraíso cubano indudable.






Pero en este mundo dual existe también una Cuba infernal en la que ni loca me quedaría a vivir. Ir de turista con tu poder adquisitivo europeo y saber que a la vuelta de unos días te podrás volver a casa y a los anaqueles del supermercado abundantes y rebosantes de variedad te da mucha tranquilidad, porque sabes que todo lo que vas encontrando es a término y que pronto vas a volver a la prosperidad. Me resulta tremendo que en la cartilla de racionamiento al cubano no le llega para subsistir y que sólo reciben suficiente de azúcar (cinco libras por persona y mes), pero no de productos esenciales como leche o huevos. Reciben 10 huevos por persona y mes en estos momentos, ya que el coronavirus ha agravado el tema de los suministros alimenticios. Si se quiere comprar huevos extra se ha de acudir a las tiendas llamadas MLC en las cuales los cubanos compran en Moneda Libremente Convertible (divisas) y no en pesos o moneda nacional. 

Hoy una bandeja de huevos tiene un precio equivalente al español, sólo que el sueldo cubano no es ni de lejos el del salario mínimo interprofesional. Además eso será si encuentras huevos. Otro tanto pasa con las proteínas como el pollo, el picadillo o el embutido claramente insuficientes para cubrir las necesidades mínimas básicas alimentarias. Esto significa que los cubanos se ven obligados a procurarse divisas comprándolas si no las recibieron como pago de su actividad laboral por ser p. ej. taxistas. 

Como hasta el pasado 15 de noviembre la isla ha estado cerrada durante casi dos años y no han llegado turistas, tampoco han entrado divisas y, por tanto, los cubanos no han podido completar la escasísima libreta de racionamiento con compras en las gubernamentales tiendas MLC (Moneda Libremente Convertible).



Esto significa que hay un mercado negro de compra de divisas. Si compras pesos en el banco, recibes 26,5 pesos por euro, ya que ese es el cambio oficial, pero si con esos mismos euros compras pesos en el mercado negro recibirás 85 pesos por euro, más de dos tercios más. Casi cualquier persona te cambia, hasta en los restaurantes te hacen la conversión para poder pagar en divisas (euros, dólares, libras esterlinas…). Pero si un cubano te quiere comprar euros, entonces te pagará 90 pesos por euro. Y los cubanos están desesperados por conseguir divisas para luego poder comprar productos básicos en la tiendas MLC que son del gobierno. 

Recibí varias propuestas de vender euros durante mi estancia, lo cual no es de extrañar, dado lo expuesto. Así que no te preocupes por la obesidad en Cuba, no hay gordos, pero sí personas voluptuosas.
Debido a esto, en los restaurantes no tienen lo que figura en la carta (salvo alguno), sino sólo lo anotado en el pizarrón ubicado a la entrada, reducido a unas pocas cosas, aspecto que te explican con toda naturalidad como la cosa más normal. Salvo en dos restaurantes, durante mi estancia no encontré postre y la explicación es bastante simple: si no hay huevos ni leche, que es ingrediente de muchísimas postres, ¿cómo podrán ofertarlos?

Otra cosa infernal son las colas. Tenía ilusión de tomar un helado en Coppelia, una famosa heladería en La Habana que ocupa toda una manzana. Pero por el coronavirus no era posible sentarse en sus instalaciones. Y me puse en la cola, anárquica como todas las cubanas. Tenía 50 personas delante y pacientemente hube de esperar una hora para un solo tipo de helado, porque no esperes que haya más variedad. Mientras esperaba descubrí que debía procurarme un recipiente para que pudieran ponerme el helado y hacerme con una cucharita para poder comérmelo, porque allí no te lo daban. Tras esperar pacientemente al sol tropical, cuando me llegó el turno, la familia anterior recibió las dos últimas dos bolas de helado que quedaban. Pero como el cubano es amable, me dieron a probar dos cucharaditas y no me quedé sin saber a qué sabía. Yo sabía de antemano que esto me podía pasar, pero me pasó. Es la diferencia entre me lo han contado y lo he vivido. Y a menudo el cubano debe hacer largas colas para conseguir comida a riesgo de encontrarse que cuando llega su turno ya no hay qué comprar, porque se acabó. A menudo, como en Coppelia, hay una limitación de lo que te puedes llevar y eso para evitar que alguien lo acapare y luego lo revendan con ganancia.





Otro infierno son las carreteras. No existe arcén, ni tampoco líneas de separación entre carriles porque están tan borradas que apenas se ven y hay tantos baches que el teléfono móvil registra las subidas y bajadas de los socavones como pisos que estás subiendo (hasta 220 pisos en 173 kilómetros, a 16 escalones por piso, vayan calculando). A veces los socavones son tan grandes que parecen piscinas. En algunas carreteras hay tanto polvo que te da la sensación de estar en el Sahara. Y sin embargo rodeadas de árboles y con un paisaje muy verde y a veces espectacular.








Pero hay más, si vas a un museo esperas encontrar tapa en el retrete, que funcione la cisterna, que haya papel higiénico, que haya jabón o gel de manos y algo para secarte después de haberte lavado, pero esta es una suposición que raramente se cumple y que casi es una celebración cuando hay parte de ello. Sólo he encontrado este servicio completo en dos restaurantes, y he comido casi todos los días en uno, y también en el Memorial Martí en La Habana de los cerca de 30 museos que he visitado. Al fin y al cabo los museos son gubernamentales, así que ingenuamente una esperaba más de lo que había que era poco o nada.

Existe mucha diferencia entre La Habana y ciudades como Viñales, Varadero o Trinidad. La Habana en general tiene un grado de decadencia fruto, en mi opinión, de la desidia y de la falta de presupuesto. Sólo la zona de La Habana vieja declarada Patrimonio de la Humanidad está en buen estado: aceras y calzada en condiciones, edificios pintados, sin grietas ni desconchones, pero el resto de la ciudad, salvo Miramar (uno de los quince municipios de la ciudad) esta despintada, con grietas, desconchones, boquetes, socavones incluso, bastante sucia, e incluso puede que apuntalada para que no se te caiga encima. Pero los edificios son tan bellos que imagino cómo de hermosa debió ser en los años 50. 






Pero Varadero, Viñales o Trinidad están pintadas, sin grietas ni boquetes en edificios, aceras o calzada y muy muy limpias. Me dicen que es porque son muy turísticas y el gobierno las cuida. Simplemente, te parece estar en otra Cuba.

El precio de las mascarillas en Cuba es incluso más caro que en España. Es posible encontrar las quirúrgicas, pero es complicado encontrar las FFP2. El tema es que el sueldo oscila entre 3000 y 6000 pesos (entre 36 y 72€ al cambio del mercado negro) mientras que nuestro sueldo mínimo interprofesional equivaldría a 87.000 pesos y una mascarilla vale allí 50 pesos. El resultado es que los cubanos no pueden permitirse comprarlas, pero resulta que son obligatorias a riesgo de ser multados con multas no recurribles si no las llevan por la calle. Así que algunos usan mascarillas de tela sin ninguna homologación o bien lavan las mascarillas hasta que se caen a pedazos. Ver la colada de una familia cubana es ver una ristra de mascarillas ¡desechables! secándose. Así que es frecuente ver a las personas con dos mascarillas.
He observado que hay bastante miedo al contagio del coronavirus, pero esto es completamente razonable porque es muy difícil encontrar medicinas para las cosas más elementales y me dicen que las colas en los hospitales son muchísimo más largas en el Coppelia. De hecho, varias veces me han pedido si no tendría yo una pastilla para el dolor de cabeza, pero desafortunadamente no tenía. Allí las medicinas son de la marca “Aguantoformo”.







Pese a todo esto, el infierno de una dictadura comunista a la que ahora quieren llamar socialismo, el cubano es alegre, tiene buen humor, mucho ingenio y fortaleza para sortear todas las dificultades, sabe disfrutar con lo que hay y le sabe sacar provecho, es, en general, bastante emprendedor y se sabe buscar la vida.
Pero si hay 11 millones de cubanos, hay un millón de ellos que son miembros del partido comunista y cree en las bondades del régimen.
En fin, me quedo con el recuerdo de la piña colada, los jugos, los paisajes y su gente maravillosa.

Rosa Gómez Casañ
Todas las imágenes y vídeo son de la autora.

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