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sábado, 13 de marzo de 2021

Lección 72/Libro de Ejercicios de UCDM


Lección 72 en vídeo-audio


Lección 72


Abrigar resentimientos es un ataque contra el plan de Dios para la salvación.



1. Aunque hemos reconocido que el plan del ego para la salvación es el opuesto al de Dios, aún no hemos puesto de relieve que es también un ataque directo contra Su plan y un intento deliberado de destruirlo. En dicho ataque se le adjudican a Dios aque­llos atributos que de hecho le corresponden al ego, mientras que el ego parece asumir los de Dios.

2. El deseo fundamental del ego es suplantar a Dios. De hecho, el ego es la encarnación física de ese deseo. Pues es este deseo lo que parece encerrar a la mente en un cuerpo, manteniéndola sola y separada e incapaz de llegar a otras mentes, excepto a través del mismo cuerpo que fue hecho con el propósito de aprisionarla. Poner límites en la comunicación no es la mejor manera de expandirla. No obstante, el ego quiere hacerte creer que lo es.

3. Aunque el intento de mantener las limitaciones que un cuerpo impone es obvio aquí, tal vez no sea tan evidente por qué razón abrigar resentimientos constituye un ataque contra el plan de Dios para la salvación. Examinemos, pues, cuáles son las cosas contra las que tienes la tendencia a abrigar resentimientos. ¿Acaso no están siempre asociadas con algo que un cuerpo hace? Una persona dice algo que no te gusta. O bien hace algo que te desagrada. Dicha persona “delata” sus pensamientos hostiles con su comportamiento.

4. En este caso no estás tratando con lo que la persona es. Por el contrario, en lo único que te fijas es en lo que esa persona hace en el cuerpo. Y no sólo no la estás ayudando a librarse de las limitaciones de su cuerpo, sino que estás tratando activamente de atarla al cuerpo, al confundirla con éste y juzgar que ella y su cuerpo son una misma cosa. De este modo se ataca a Dios, pues si Su Hijo no es más que un cuerpo, eso es lo que Él debe ser también. Es inconcebible que un creador pueda ser radicalmente distinto de su creación.

5. Si Dios fuese un cuerpo, ¿cuál sería Su plan para la salvación? ¿Qué otra cosa podría ser sino la muerte? Y al tratar de presentarse a Sí Mismo como el Autor de la vida y no de la muerte, resultaría ser un mentiroso y un impostor, lleno de falsas promesas, que ofrece ilusiones en vez de la verdad. La aparente realidad del cuerpo hace que esta perspectiva de Dios parezca convincente. De hecho, si el cuerpo fuese real, sería imposible no llegar a esta conclusión. Cada resentimiento que abrigas reitera que el cuerpo es real. Cada resentimiento que abrigas pasa por alto completamente lo que tu hermano es. Refuerza tu creencia de que él es un cuerpo y lo condena por ello. Y afirma que su salvación tiene que ser la muerte, al proyectar este ataque sobre Dios y hacerlo responsable de ello.

6. A esta arena cuidadosamente preparada, donde animales feroces acechan a sus presas y la clemencia no puede hacer acto de presencia, el ego viene a salvarte. Dios te hizo un cuerpo. Muy bien. Aceptemos esto y alegrémonos. En cuanto que cuerpo, no te prives de nada de lo que el cuerpo te ofrece. Apodérate de lo poco que puedas. Dios no te dio nada. El cuerpo es tu único salvador. Representa la muerte de Dios y tu salvación.

7. Ésta es la creencia universal del mundo que ves. Hay quienes odian al cuerpo y tratan de lastimarlo y humillarlo. Otros lo veneran y tratan de glorificarlo y exaltarlo. Pero mientras tu cuerpo siga siendo el centro del concepto que tienes de ti mismo, estarás atacando el plan de Dios para la salvación y abrigando resentimientos contra Él y contra Su creación, a fin de no oír la Voz de la verdad y acogerla como Amiga. El que has elegido como tu salvador ocupa Su lugar. Él es tu amigo; Dios, tu enemigo.

8. Hoy trataremos de poner fin a estos ataques absurdos contra la salvación, y en lugar de ello, trataremos de darle la bienvenida. Tu percepción invertida ha sido la ruina de tu paz. Te has visto a ti mismo como que estás dentro de un cuerpo y a la verdad como algo que se encuentra fuera de ti, vedada de tu conciencia debido a las limitaciones del cuerpo. Ahora vamos a tratar de ver esto de otra manera.

9. La luz de la verdad está en nosotros, allí donde Dios la puso. El cuerpo es lo que está fuera de nosotros, y no es lo que nos concierne. Estar sin un cuerpo es estar en nuestro estado natural. Reconocer la luz de la verdad en nosotros es reconocernos a nosotros mismos tal como somos. Ver que nuestro Ser es algo separado del cuerpo es poner fin al ataque contra el plan de Dios para la salvación y, en lugar de ello, aceptarlo. Y dondequiera que Su plan se acepta, ya se ha consumado.

10. Nuestro objetivo para las sesiones de práctica más largas de hoy, es hacernos más conscientes de que el plan de Dios para la salvación ya se ha consumado en nosotros. Para lograr este objetivo tenemos que reemplazar el ataque por la aceptación. Mientras sigamos atacando, no podremos entender cuál es el plan de Dios para nosotros. Estaremos, por lo tanto, atacando lo que no reconocemos. Vamos a tratar ahora de suspender todo juicio y de preguntarle a Dios cuál es Su plan para nosotros:


¿Qué es la salvación, Padre? No lo sé. Dímelo, para que lo pueda entender.


Luego aguardaremos quedamente Su respuesta. Hemos atacado el plan de Dios para la salvación sin habernos detenido a escuchar en qué consistía. Hemos expresado nuestros resentimientos con gritos tan ensordecedores, que no hemos escuchado Su Voz. Hemos utilizado nuestros resentimientos para cubrirnos los ojos y para taparnos los oídos.

11. Ahora queremos ver, oír y aprender. ”¿Qué es la salvación, Padre?” Pregunta y se te contestará. Busca y hallarás. Ya no le estamos preguntando al ego qué es la salvación ni dónde encontrarla. Se lo estamos preguntando a la verdad. Ten por seguro, entonces, que la respuesta será verdad, en virtud de Aquél a Quien se lo estás preguntando.

12. Cada vez que sientas que tu confianza flaquea y que tu esperanza de triunfo titubea y se extingue, repite tu pregunta y tu petición, recordando que le estás preguntando al infinito Creador de lo infinito, Quien te creó a semejanza de Sí Mismo:


¿Qué es la salvación, Padre? No lo sé. Dímelo, para que lo pueda entender.


Él te contestará. Resuélvete a escuchar.

13. Hoy sólo será necesario una o quizás dos sesiones de práctica cortas por hora, ya que serán un poco más largas que de costumbre. Los ejercicios deben comenzar con lo siguiente:


Abrigar resentimientos es un ataque contra el plan de Dios para la salvación. Permíteme aceptarlo en lugar de atacarlo. ¿Qué es la salvación, Padre?


Luego espera en silencio un minuto más o menos, preferiblemente con los ojos cerrados, y aguarda Su respuesta.

Comentario de Jorge Pellicer.


Citas.  Grandeza:

La grandeza es de Dios y sólo de Él. Por lo tanto, se encuentra en ti. Siempre que te vuelves consciente de ella, por vagamente que sea, abandonas al ego automáticamente, ya que en presencia de la grandeza de Dios la insignificancia del ego resulta perfectamente evidente. Cuando esto ocurre, el ego cree -a pesar de que no lo entiende- que su "enemigo" lo ha atacado, e intenta ofrecerte regalos para inducirte a que vuelvas a ponerte bajo su "protección". 
El auto-engrandecimiento es la única ofrenda que puede hacer. La grandiosidad del ego es la alternativa que él ofrece a la grandeza de Dios. ¿Por cuál de estas dos alternativas te vas a decidir?  

   T-9.VIII.1 (Texto, capítulo 9, apartado VIII, párrafo 1).




Mente correcta:

La parte de nuestra mente que acepta sin interponer obstáculos ser guiada por el Espíritu Santo, que es consciente de cuál es nuestra verdadera Identidad, que sabe que no estamos solos nunca, menos al momento de tomar decisiones o de actuar y por ello apela a quien sabe perfectamente el recorrido del camino del amor, de regreso a casa y que nos lleva a un estado de paz, de dicha, de abundancia, de júbilo. 
La parte de la mente que nos alienta a dejarnos guiar, a escuchar, a no-hacer, a confiar. La mente que nos muestra un mundo de esperanza, de belleza, de unión.

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Enlace al siguiente Ejercicio:
Lección 73/Libro de ejercicios de UCDM.

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