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lunes, 25 de noviembre de 2019

Decisiones / Santiago Ruiz

Santiago Ruiz

Autor de En manos del Espíritu,  Santiago Ruiz reflexiona sobre la importancia y significado del proceso de tomar decisiones y cómo tomó la mayor decisión de su vida. 
Gracias, Santiago, por tu aportación y tus palabras desde el corazón.

Es obvio que las decisiones que tomamos cada día van configurando nuestro camino. La mayoría de ellas son elecciones pequeñas, cotidianas y construyen con piedras muy pequeñitas un mosaico en nuestra historia personal, tan abigarrado, que apenas podemos recordar sus detalles. ¿Quién recuerda lo que decidió comer un día cualquiera en un restaurante que frecuentaba a menudo, hace 10 años? ¿O lo que decidió ver en la tele, alguien que la ve todos los días, el 23 de Octubre de 2.007 a las 20:43h de la noche, por ejemplo? 

Estas decisiones minúsculas van conformando un recorrido de “aquís y ahoras”, cuyo sentido real se tarda mucho en poder ser atisbado. Son las elecciones primarias e inmediatas del presente y uno de los aprendizajes-tareas que tenemos en la vida, es el de ajustarlas a principios que las guíen, que son los que elegimos para nosotr@s, tales como evitar determinadas comidas o ver únicamente pelis y docus en la tele. Estos principios –que llamaremos menores- guían la elaboración del mosaico de teselas diminutas cotidianas, generando un dibujo vital sólo apreciable desde la perspectiva del tiempo.

Su efecto es perdurable y si tales elecciones son tuteladas desde una guía consciente y propia, van tejiendo un fondo del cuadro, una base del modo de vida personal que viene a acabar configurando en qué nos convertimos con el paso de los años, de acuerdo a nuestras decisiones. Si no decidimos, el dibujo que nos encontremos se habrá formado sin nuestra intervención y –a lo mejor- a nuestro pesar. Estas decisiones mínimas constituyen el entramado básico de la existencia consciente y generan la mayor parte de lo que –visto desde la perspectiva temporal- llamamos nuestra historia personal. Una historia que no podemos contar en detalle, porque no los recordamos. 

Sin embargo, si nos preguntan, es muy posible que al hablar de nuestra historia busquemos los hitos, los momentos de cierta trascendencia, que son los que hemos elegido para contarnos quienes somos históricamente. Estos incluyen las decisiones importantes, únicas, las que abren un nuevo capítulo en el libro que estamos escribiendo de nuestro tiempo de vida. Estas pueden ir desde cuando decidimos estudiar tal cosa, a cuando dijimos sí (o no) a una relación de pareja, o cuando resolvimos realizar aquel sueño de viajar y comprar el billete sin darle más vueltas… este segundo grupo de decisiones lo solemos tener en más alta estima, son las figuras relevantes del cuadro, que se destacan sobre el fondo de los millones de decisiones pequeñas. 

Pocas veces nos damos cuenta de que los millones de decisiones pequeñas pueden condicionar las decisiones de mayor relevancia. Y de hecho, las condicionan. 


Decisiones

Antes de proseguir, quiero proponerte un pequeño juego. Mira hacia atrás y trata de ver el dibujo de tu vida, la narración de la historia de tu personaje. Trata de verla entera, como una peli que ya has visto, o un libro que ya has leído y puedes recordar de qué iba. ¿Es una road movie, una comedia costumbrista, un drama histórico, un tratado de buenas maneras? ¿Es tu vida una peli donde tú haces de zombi, el de la segunda fila y tercer@ por la derecha, que muere en la segunda escena? ¿Has pintado con maestría los días de tu vida o has dado muchos brochazos con desgana? Supongo que un poco de todo habrá… 


Y ahora te pregunto ¿hay algún personaje, alguna escena, alguna forma que debería estar en tu cuadro para que se parezca un poco más al que deseas realmente pintar? ¿Quieres cambiar de gama cromática al avanzar en la zona blanca del lienzo (esa que no sabes cuándo ni cómo se termina…), cambiar de estilo, de tema, de técnica pictórica? ¿Sientes el profundo deseo de transformar el drama costumbrista en una comedia de acción? 

Cuando se siente esa necesidad, es cuando las decisiones del segundo grupo se tornan cruciales y acaban modificando a los principios menores que guían a las elecciones del primer grupo, revirtiendo el condicionamiento del que hablaba antes. Una decisión así –transformadora, radical, plenamente consciente y de alcance máximo- puede generar un cambio definitivo y enorme; un punto de no retorno a partir del cual, la vida toma un rumbo insospechado y un@ -de pronto- se ve escribiendo una historia nueva, asombrosa y que no estaba contemplada en la anterior, porque ni siquiera podía ser imaginable. 

Recuerdo perfectamente aquella noche en una pequeña ciudad del Norte de Grecia, junto a un querido amigo de allí; éramos practicantes novatos de Artes Toltecas, jóvenes y enardecidos por los sorprendentes cambios que las prácticas estaban generando en nuestras conciencias, percepciones y niveles disponibles de energía vital. Aquella noche, ambos tomamos una decisión juntos que daría un golpe salvaje al timón de cada uno. Recuerdo cómo sucedió, muchas de las palabras exactas que se dijeron, el salón de su casa y la sensación perfecta de ser más consciente de lo que creía en aquel momento que se podía ser. 

Lo formulamos con una frase simple, determinante y rotunda que no cabe repetir aquí, pero que contenía un voto, un intento inflexible, un propósito que iría más allá de nuestros propios límites y creencias: ponernos en manos del Espíritu. Tampoco cabe, a mi juicio, explicación intelectual que trate de deslindar razón e intuición o de aclarar qué es el Espíritu. Se trató de un ejercicio de suprema confianza, basado en una experiencia vital compartida y en el propósito de materializar una trayectoria vital más auténtica, elevada, aventurera, gozosa; con más misterio y menos cosas consabidas. Con más verdad, más pureza, más magia. 

Pero sobre todo, se trataba de establecer un compromiso inquebrantable con nosotros mismos y seguir con él a través del tiempo, manteniéndolo en tanto sintiéramos que debíamos hacerlo. Hace más de 15 años de aquello. Aquella decisión (una de las de mayor alcance que he tomado en mi vida), tomada en un lugar sin especial relevancia simbólica (la casa de mi amigo) y en un momento en el que nada externo nos empujaba a ello, tenía más que ver con mantenerme conscientemente conectado a mi intento a través del tiempo y el espacio, que con cualquier expectativa acerca de cómo podría materializarse semejante propósito. 

Porque de eso se trataba: de ponerme en manos de lo que ya había comprobado que es mucho mayor que yo y ejercitar esa confianza total, que no ciega. Porque no hay mejor modo de aprender a confiar, que confiando. 

Me puse, pues, en manos del Espíritu y a partir de ahí comencé a volar, no sólo en un modo metafórico o místico. Comenzaron mis viajes por el mundo, mi encuentro con chamanes en las Américas, el Camino Rojo, las tradiciones mistéricas de Egipto, el conocimiento tibetano. 

Como si con mi propósito hubiera pronunciado unas palabras mágicas (de hecho así fue, a la vista está y éramos conscientes de estar ejecutando un “hecho mágico” aquella noche), accedí al Camino del Conocimiento llevado por unas manos que me situaban (aún lo hacen) en el lugar correcto y el momento oportuno, me indican el camino de mil maneras y me protegen de modo ostensible de todo… salvo de mí mismo, que eso tengo que hacerlo yo solito y de momento, sigue siendo la asignatura más complicada. 

Un camino jalonado de hechos portentosos y aprendizajes fundamentales, de prodigios, dolores, esfuerzo, éxtasis, rompimiento de límites, maravillas inexplicables… 

Así, obtuve experiencias, herramientas, visiones y sabiduría de muchos lugares, seres, situaciones y maneras. Lo suficiente –al menos- para no ser un completo asno, para no distraerme demasiado, para permanecer conectado. Se me abrieron las puertas de lo imposible, de lo inimaginable y fui testigo de ello con asombro y un profundo respeto. Dio la cosa hasta para redactar un libro titulado, cómo no, En manos del Espíritu, que escribí desde la maravilla y la conciencia plena de la existencia real de eso que llamamos Magia así, con mayúscula. 


En manos del Espíritu

Hoy, bastantes años después de aquella noche, la perspectiva me permite comprender la magnitud de la trascendencia de aquella decisión, que no sólo abrió un capítulo completamente nuevo en la historia de mi vida, sino que generó un hilo ininterrumpido de conciencia que hoy sigo tejiendo con gratitud y continuamente sorprendido. Por eso, sé que hay decisiones realmente sabias, aunque conlleven el sacrificio de mucho de lo que se cree saber hasta ese momento. Sabiamente y a ciegas, despiert@ para internarse en lo desconocido, así camina una persona de conocimiento según mi experiencia. Así emprendimos el camino, sin saber pero confiando. 

Sigo en manos del Espíritu y por más que parezca paradójico, ello me ha hecho bastante más dueño de mi ser. Porque el mejor modo de volar en su soplo, es adquiriendo la plena soberanía sobre uno mismo: sólo la impecabilidad como guía y método le facilita a uno semejante viaje. Cuento esta historia porque un amigo me lo ha pedido. Y porque me ha parecido una buena idea hacerlo, ya que el Conocimiento hay que compartirlo. 

Hoy, estando familiarizado -tras tantos años- con el toque sutil del Espíritu cuando decide moverme, sólo puedo sonreír con satisfacción y darme cuenta de que si se desea que la vida nos sorprenda, hay que mirarla con sorpresa. Si se anhela magia, hay que mirar con ojos mágicos y actuar con toque mágico. La palabra que mejor describe para mí este conocimiento, es Gracias. Y como decía un viejo amigo, quién tenga oídos para oír, que oiga.
Santiago Ruiz

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